Te di ojos y miraste las tinieblas by Irene Solà

Te di ojos y miraste las tinieblas by Irene Solà

autor:Irene Solà [Solà, Irene]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2023-09-09T00:00:00+00:00


ATARDECER

… many things get forgiven in the course

of a life: nothing is finished or unchangeable

except death and even death will

bend a little if what you tell of it is told

right.

ALI SMITH,

How to Be Both

La luz que entraba por la ventana era de color lila y oscurecía las cosas en la cocina, cada cual perfilada por su propia sombra. Los buñuelos, la sosenga, las asaduras de cabrito y las tripas reposaban bajo los trapos y las tapaderas. Las mujeres apagaron el morteruelo y lo dejaron descansar en los fogones. Después llenaron el fregadero de agua, y Joana, Blanca, Elisabet y Dolça se desnudaron de cintura para arriba, se remangaron la ropa, la desataron y la desabotonaron y se abrieron la parte de arriba de los vestidos y camisolas. Con los pechos al aire se pasaron un paño húmedo por las axilas, el vientre, el cuello y los lomos. Sheila y Nico estaban sentados a la mesa, con la cabeza gacha, concentrados, ajenos al baño de las mujeres. Joana tenía la espalda encorvada, cubierta de manchas oscuras y moradas, pecas rojas y verrugas. Blanca tenía los hombros redondos, blandos, lechosos, las carnes se le caían hasta la cintura como si fueran de nata. Elisabet tenía la espalda larga, morena y flaca, le sobresalían los omóplatos como alas. Dolça la tenía corta, con la columna marcada y una línea oscura de vello que le bajaba desde el cogote hasta la rabadilla. El Mal Aquí le decía, «Túmbate», y Dolça se tumbaba. Le preguntaba, «¿Dónde te duele?», y Dolça respondía, «Me duele aquí…» o «Me duele allá…», y el Mal Aquí destapaba el sitio que le señalaba. Jugaban al juego de me duele aquí o me duele allá, y él simulaba que la operaba con besos, caricias y su instrumento infalible, que estaba torcido pero curaba mucho. El Mal Aquí era un hombre barrigudo y alegre, con bigote y papada y una voz simpática, que sanaba a los enfermos a cambio de un plato de comida y una cama en la que dormir. A Dolça siempre le contaba aquella vez que había operado a un niño de ocho años en la mesa de una cocina a la luz de un carburerò y lo había salvado. Y aquella otra en que había quitado un tumor del cuello a una madre de Osor con un cuchillo fino, alcohol y una luz con tulipa rodeada de espejos. En medio de la operación se le terminó el hilo de seda y el marido tuvo que ir a buscar más. Era de noche y el hombre solo encontró hilo de color rosa, y el Mal Aquí lo utilizó y también salvó a aquella mujer.

Ángela tenía la espalda chepuda, con un bulto que le sobresalía como una calabaza y que le levantaba más un hombro que el otro. Pero ella no se desvistió ni se lavó. Cuando a Ángela se le hinchó el vientre, Margarida le soltó, «Estás encinta», y no le quitaba ojo, porque rezongaba diciendo que el niño le saldría de dentro y se le caería al suelo y Ángela ni se enteraría.



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